8/1/15

- De mapas y corazones -

Últimamente no me siento bien. Creo que me paso demasiado tiempo mirando al techo donde cuelga un mapa gigante. No sé quién soy ni sé si quiero seguir viviendo en este mundo que llamamos Tierra. A veces me pregunto cómo o quién ha escogido los colores para los países. Yo nunca podría ser cartógrafo porque soy muy inseguro y tal vez me cueste años elegir de qué color sería Francia o Canadá en mi mapa. Muchas veces me han dicho que le doy demasiada importancia a todas las decisiones y a todos los errores que comete la gente que más quiero pero, en mi piel hay quemaduras creadas por sentimientos más rojas que mi propia sangre. Los mapas en realidad nunca se terminan. Son estáticos y no tienen en cuenta a la gente que muere dentro de sus zonas coloreadas o a la gente que lucha por no perder a la persona que más quiere y todos sus esfuerzos son en vano. Los mapas no se dan cuenta de los graves sucesos que pasan en su interior. Muchas veces he sentido que mi piel es un mapa. Puedo trazar una línea en zigzag hasta tu corazón pero seguro que no entenderás la topografía del mío. Escribo mucho sobre mí mismo en clave porque quiero que me lean atentamente y me descifren como a un mapa. Mi mejor amigo imaginario se peleó conmigo hace meses porque le gustan los mapas pequeños, de esos que caben en el bolsillo del pantalón que cuentan historias con solo seguir las huellas dactilares dispersadas por él y mapas de los sitios donde ha crecido. En cambio a mí me gustan los mapas grandes, de sitios que aún no conozco y que no puedan dejar huellas de mis sueños y de mis sentimientos. No me importa que a él le gusten los mapas pequeños. Pero me apasiona la inmensidad del mar y del aire. Me gusta creer que es fácil volar entre océanos para perseguir nuestros sueños más egoístas. Seguir a la Osa mayor aunque no la vea siempre. Porque veo constelaciones en tu espalda que aún no han sido creadas y porque mi piel está hecha de mapas.
La mayoría de gente se queda a vivir en el sitio donde nacen. Pero yo no quiero eso. Siempre he sido inconformista y no quiero quedarme en un pueblo donde no se cree en la libertad de expresión ni en la libertad de amar a quien tú quieras amar.
Desde pequeño he tenido una extraña habilidad para la geografía. Indagar en los mapas, descubrir sus secretos poco a poco y memorizar sus partes más importantes en mí. Puedo ver cómo los países se unen, divididos entre fronteras, acariciándose y mezclando sus colores.
Cuando tienes una brújula es mucho más fácil ver cosas que jamás ocurrieron. No estoy mintiendo cuando digo que soy infeliz aquí. Que estoy roto entre dos mares que luchan por ganar más territorio en mi piel.
Quiero vivir en un lugar donde algún chico cuide de mí y hable un idioma distinto al mío. Mi país no tiene color y creo que nadie se ha tomado la molestia de colorearlo ni edificarlo. Donde los semáforos adviertan de mis cambios de humor y las aceras lleven tu nombre escrito en morse.
Ayer soñé que bailábamos sobre Europa y visitábamos cada país juntos, cogidos de la mano, con unas maletas a la espalda y con nuestros sueños tatuados en nuestros ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario