Últimamente no me siento bien. Creo que me paso demasiado tiempo
mirando al techo donde cuelga un mapa gigante. No sé quién soy ni sé si
quiero seguir viviendo en este mundo que llamamos Tierra. A veces
me pregunto cómo o quién ha escogido los colores para los países. Yo
nunca podría ser cartógrafo porque soy muy inseguro y tal vez me cueste
años elegir de qué color sería Francia o Canadá en mi mapa. Muchas
veces me han dicho que le doy demasiada importancia a todas las
decisiones y a todos los errores que comete la gente que más quiero
pero, en mi piel hay quemaduras creadas por sentimientos más rojas que
mi propia sangre. Los mapas en realidad nunca se terminan. Son
estáticos y no tienen en cuenta a la gente que muere dentro de sus zonas
coloreadas o a la gente que lucha por no perder a la persona que más
quiere y todos sus esfuerzos son en vano. Los mapas no se dan cuenta de
los graves sucesos que pasan en su interior. Muchas veces he
sentido que mi piel es un mapa. Puedo trazar una línea en zigzag hasta
tu corazón pero seguro que no entenderás la topografía del mío. Escribo
mucho sobre mí mismo en clave porque quiero que me lean atentamente y me
descifren como a un mapa. Mi mejor amigo imaginario se peleó
conmigo hace meses porque le gustan los mapas pequeños, de esos que
caben en el bolsillo del pantalón que cuentan historias con solo seguir
las huellas dactilares dispersadas por él y mapas de los sitios donde ha
crecido. En cambio a mí me gustan los mapas grandes, de sitios que aún
no conozco y que no puedan dejar huellas de mis sueños y de mis
sentimientos. No me importa que a él le gusten los mapas pequeños.
Pero me apasiona la inmensidad del mar y del aire. Me gusta creer que
es fácil volar entre océanos para perseguir nuestros sueños más
egoístas. Seguir a la Osa mayor aunque no la vea siempre. Porque veo
constelaciones en tu espalda que aún no han sido creadas y porque mi
piel está hecha de mapas.
La mayoría de gente se queda a vivir en
el sitio donde nacen. Pero yo no quiero eso. Siempre he sido
inconformista y no quiero quedarme en un pueblo donde no se cree en la
libertad de expresión ni en la libertad de amar a quien tú quieras amar.
Desde
pequeño he tenido una extraña habilidad para la geografía. Indagar en
los mapas, descubrir sus secretos poco a poco y memorizar sus partes más
importantes en mí. Puedo ver cómo los países se unen, divididos entre
fronteras, acariciándose y mezclando sus colores.
Cuando tienes
una brújula es mucho más fácil ver cosas que jamás ocurrieron. No estoy
mintiendo cuando digo que soy infeliz aquí. Que estoy roto entre dos
mares que luchan por ganar más territorio en mi piel.
Quiero vivir
en un lugar donde algún chico cuide de mí y hable un idioma distinto al
mío. Mi país no tiene color y creo que nadie se ha tomado la molestia
de colorearlo ni edificarlo. Donde los semáforos adviertan de mis
cambios de humor y las aceras lleven tu nombre escrito en morse.
Ayer
soñé que bailábamos sobre Europa y visitábamos cada país juntos,
cogidos de la mano, con unas maletas a la espalda y con nuestros sueños
tatuados en nuestros ojos.
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